domingo, 20 de diciembre de 2020

Una historia... ¿de fantasmas?

 


Hoy os voy a contar una historia, un tanto inquietante para mi porque la sufrí en mis propias carnes.

Hoy domingo, siendo muy malo y saltándome las limitaciones de movilidad que tenemos, decidí irme a andar por una zona por la que no pasa prácticamente nadie; la Zona Franca de Barcelona. Está pegada a mi pueblo, El Prat de Llobregat, y se trata de una extensa parcela de casi 5 millones de metros cuadrados donde está repleta de empresas y naves industriales.

En la foto (hecha esta misma mañana) se ve en primer plano a la derecha una gran nave y es ahí donde ocurrió la historia que os voy a narrar.

Corría el año 1996 (creo con casi total seguridad) y yo estaba trabajando para una empresa de mantenimiento y servicios (de la que se puede ver el nombre en pequeño a la izquierda). Su sede es el edificio grande que se ve al fondo y en la gran nave que he comentado antes tenían un almacén justo a la derecha, ocupando tan solo una pequeña parte (unos 200 metros cuadrados) de la gran nave.

Yo había estado trabajando en un lugar para olvidar en unas condiciones de trabajo tremendas (ahora sería incapaz de hacer según que trabajos) y al terminar, mi empresa me mandó a ese almacén. El trabajo era de lo más sencillo; tenía que estar de 9 a 5 y repartir ropa a quienes vinieran a buscarla. Simplemente eso.

Para ello tenía que presentarme cada mañana en el edificio grande a pedir las llaves de la nave y el almacén. A las 9 de la mañana abría y esperaba a que acudiesen los compañeros a recoger su ropa de trabajo.

El miércoles por la mañana quizás vinieron unos 10 o 12, por la tarde un par como mucho. El jueves más o menos los mismo por la mañana pero por la tarde nadie y el viernes, que era mi último día allí, ya casi no esperaba a nadie. Y de hecho no vino nadie... real.

La jornada de trabajo era muy aburrida. Salvo esos ratos que repartías la ropa el resto del tiempo lo empleaba en poner en orden la parte del almacén de ropa y barrer la zona donde habían algunas máquinas de tamaño medio (taladros o sierras eléctricas) y poco más.

La parte que nosotros teníamos en esa enorme nave hacia esquina; una zona con esas máquinas y luego un almacén de ropa en forma de L y una oficina arriba de ese pequeño lugar donde por las tardes, como no venía nadie, perdía el tiempo en hacer alguna llamada o sentarme cómodamente en un gran sillón de oficina.

Ese viernes de finales de verano hacia un día raro, estaba muy nublado aunque por esas fechas normalmente siempre llovía algún día. Y ese día yendo hacia el trabajo con la bici temí que me cayera encima un buen chaparrón. Pero aguantó hasta que llegué a estar bajo techo.

Esa mañana como digo no vino nadie. Todos los que tenían que haber pasado ya lo habían hecho los dos anteriores días y sabía que iba a pasar un día aburrido y que como era viernes se haría más largo de lo normal porque las ganas de fin de semana eran muchas.

Estuve ordenando algunas cosas, barriendo, y un poco antes de las 3 de la tarde pasó...

Me encontraba en la entrada de ese pequeño almacén de ropa en forma de L, esta con la escoba en las manos, no había nadie en toda la nave (no había nadie ningún día puesto que la usaban para almacenar grandes máquinas y estaba en total oscuridad) y no tenía ni la radio puesta ni nada y de repente escucho una voz femenina proveniente del interior del almacén que decía; "Raúl" (mi nombre).

En ese momento se me heló la sangre, los pelos se me pusieron de punta y la carne de gallina. Todo a la vez. Era tan claro que había oído mi nombre que no podía haber lugar a equívocos.

Repito; una inmensa nave totalmente vacía, ni radio, ni otro aparato que pudiera emitir un sonido, ninguna persona en muchos metros a la redonda (no venía nadie del edificio a visitarme).

Y yo con la escoba en la mano de pie frente a la puerta del almacén que daba a un pasillo que giraba a la derecha y donde tan solo deberían haber estanterías con cajas de zapatos y bolsas con pantalones y camisas. Nada más.

En ese momento, que he revivido muchas veces, me quedé en estado de shock y un sudor frío en pleno agosto me recorrió la espalda, pero hay una cosa -creo- peor que llevarte un gran susto de este tipo, y es quedarte con la duda.

Por lo que si, amigos; decidí recorrer los escasos 3 metros de pasillo y mirar dentro de ese lugar. No podía quedarme con la duda el resto de mi vida y salir corriendo de aquel lugar. Pocas veces he tenido tanto cague como en aquel instante escoba en mano. Giré y... nada ni nadie. ¿Qué podía haber?

Y en ese momento en vez de sentirme aliviado fue casi que peor. El hecho de haber oído de forma tan clara como me llamaba una voz de mujer, como un susurro, y de que no hubiera nada allí me dejó peor. Ni mi cabeza ni mis oídos me habían engañado, estoy segurísimo de aquello. ¿Que explicación racional podía tener aquel incidente?

No me paré a investigar más; salí pitando de allí, apagué las luces, cerré la puerta de la oficina (a la que tuve que subir), cogí mi bici y me fui a la gran puerta que se ve en la foto a esperar, cobijándome como podía de la lluvia, a esperar a que fueran las 5 de la tarde y poder irme a casa.

El lunes ya no tenía que volver a aquel lugar.

Hoy he pasado por allí y he sacado la foto y de nuevo he vuelto a recordar y casi sentir ese momento de escalofrío que me recorrió el cuerpo.

Esta es una de las 2 historias "raras" que me han pasado en mi vida. Quizás algún día os cuente la otra.

Dulces sueños.

No hay comentarios: