martes, 14 de julio de 2015

Las Viejas Costumbres No Se Pierden...


Hace 2 fines de semana estuve en Madrid. Fueron 3 días que coincidieron con la(s) fiesta(s) del Orgullo Gay. Coincidieron, solamente.

No voy a entrar a valorar este tipo de celebraciones. Que nadie me mal interprete; me parece cojonudo que todo el mundo se quiera y se meta o le metan lo que sea por donde sea. Perfecto.
Otra cosa muy diferente es haber convertido esa otra opción sexual en una moda...

Sobre lo que quiero hablar es sobre el tipo de fiesta que pensé -iluso de mi- que estaba ya de capa caída; el botellón. Si, eso de reunirse en plazas, parques, calles y beber y beber y volver a beber. Sin parar, sin pausa, sin cabeza, sin personalidad.

Nunca he bebido por beber ni he necesitado del alcohol para divertirme. Seré raro pero yo cuando salía era para juntarme con mi gente e ir a bailar. Y ellos eran tan raros como yo en ese sentido.

Hace ya un buen puñado de años en Valladolid presencié la fiesta más guarra que he visto en mi vida; la gente en las calles bebiendo en enormes vasos y tirando todo al suelo, como si fuera lo más normal del mundo. Al par de horas ya no podías andar por la calle sin quedarte pegado literalmente al asfalto, además de tener que ir con cuidado de no cortarte con los cristales.

Con las primeras horas de la mañana un ejército de limpiadores intentaba dejar la zona de bares como si allí no hubiera pasado nada y así tenerla lista de nuevo para la siguiente noche.

Aquello fue en 1997 y pensé que esto del botellón había pasado a mejor vida, al menos en las ciudades (ayer mismo salían varias noticias hablando que los jóvenes rurales beben y fuman más que los de ciudad).

El pasado fin de semana asistí atónito a una nueva demostración de que parte de los jóvenes, no quiero generalizar, son bastante tontos. Así de claro.

Aluciné al ver como la capital se convertía en un gran estercolero lleno de botellas, bolsas, basura, meadas, vomitos y gente tirada en el suelo ante la pasividad de la policía que incluso cortaba las grandes calles para tal efecto. Es curioso caminar por el centro de la Gran Vía madrileña esquivando montones de basura en vez de coches.

Me decepcionó el guarreo de esa parte de juventud. Algunos dirán que viendo la que está cayendo es una forma de salir de esos problemas y bla bla bla. No me convence, para nada.

Sobre las 6 de la mañana, mientras aún seguía gente de fiesta, aparecían esos limpiadores para adecentar la Gran Vía y dejarla vistosa para los turistas... pero las calles colindantes apestaban a las meadas que con el sol se transformaban en el aroma de una ciudad que vive por y para el turismo más rancio.

Una pena siendo un lugar bonito y con tanta oferta cultural.

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